28.10.13

Cuento libertino

Había una vez una mujer que gustaba de salir a pasar una noche tranquila, una noche como cualquiera, beber cerveza sola e irse a su casa temprano, sin ninguna emoción extra.
Sucedía que cada noche que ella salía, con ese pensamiento, tan ligero, tan aceptable y sin remordimiento, pasaban las cosas más poco probables; llegaba tarde o a decir verdad, muy temprano al día siguiente, bebía, eso sí, aún consciente, conocía personas que le aumentaban su curiosidad, saber si mentían, eran asesinos seriales o simples mortales con su mismo pensamiento de salir solitarios a relajarse un rato.
Contaba entonces con extraños a su alrededor, hablaban de las estrellas y de historia, de gramática y de lecturas, de militarismo y de viajes; qué raro poder mantener estas conversaciones, pero duraban un par de horas.
Era tan inconsciente toda esa comunicación, todo el tiempo intercambiando miradas y algunos toqueteos gustosos.
Y entonces sucedía, se transformaba ese intercambio en algo más que compañía, era un deseo carnal, un "¿y si ya nos vamos a dormir?", un "¿puedes quedarte, si quieres?", un "vivo lejos, ¿podría?"
Tan raros eran esos encuentros que, todos, hasta ahora, han sido extraños que viajan, que regresan y se quedan por un par de días, otros que vienen de lejos y se van al amanecer o tres días después.
La noche pasaba y había besos monstruosos, fuertes y deseosos de morder, comer, destruir ese deseo del extraño. Se iban a la cama, saboreaban esa excitación desconocida, lamer un cuerpo sin conocerlo, comerse uno al otro sin prejuicio y sin ternura.
Parece un cuento, una leyenda, todo cambia en una noche, intercambiando sucesos e historias dudosas, dejándose llevar al borde, todo un colapso.
¿Será que se han dejado llevar estúpidamente? o simplemente será la reacción de la noche.
Visitas nocturnas, encuentros extraños, acciones reales, un momento en el que se liberan de todo.
Se aceptan toda clase de encuentros..., en este cuerpo, en esta vida, en esta memoria que se muere cada día.

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